En estos tiempos convulsos, resulta imprescindible e inspiradora la aportación de Enrique Borrajeros al blog de Abante en Cinco días.
El post de Enrique nos sugiere un viaje a nuestro interior (qué me motiva y qué busco) y en el tiempo (de dónde vengo y a dónde quiero ir).
Al igual que el exuberante optimismo nos cegó…..ahora el pesimismo nos está atrofiando la percepción de la realidad y las decisiones que tomamos.
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Dos de las expresiones más escuchadas en los últimos años en nuestro país, son: «vivimos por encima de nuestras posibilidades» y «esto se hunde, no hay nada que hacer».
Y no falta razón en ninguna de ellas ya que son consustanciales al comportamiento cíclico del ser humano y, en efecto, nuestro comportamiento de hace unos años y de hoy en día, las avalan. Sin embargo, el lamento del exceso y la recreación –¿autocompasión?– en la escasez, de poco nos sirven, por procíclicos, para (1) salir de esta y (2) buscar comportamientos más estables en el tiempo.
Hace un par de semanas leía a Javier Marías en El País Semanal hablar de perspectivas temporales, de la necesidad de mirar al pasado y al futuro para tomar conciencia de que el presente no es para siempre.
A mí no me va a pasar
En los años precedentes hemos visto como esta ilusión de inmunidad y de control, ha llevado a mucha gente a disfrutar de un presente hedonista –«carpe diem»– en el que no solo no se destinaba una proporción relevante al ahorro sino que además, se asumían compromisos de crédito, hipotecarios fundamentalmente, a veces muy forzados, que nos han llevado a encontrar el granero vacío en época de carestía.
Hoy, además, es posible que nuestros activos tengan precios inferiores y, para colmo, nuestros ingresos son menores y más inciertos –menos empleo, menos subidas o reducciones de sueldo, más impuestos…-. Al tiempo que las necesidades presentes y futuras no disminuyen, sino que, se acrecentan, como en el caso de la jubilación.
El propio contexto de la crisis nos lleva a justificar comportamientos que en otras situaciones tildaríamos de irracionales e introduce una dosis de pesimismo que bloquea la capacidad de decisión, cuando no nos lleva a «venderlo todo, aunque sea en pérdidas». Hemos pasado del «yo lo puedo todo» al «no puedo nada».
Nos falta un plan
Una buena forma de evitar los excesos –tanto en la abundancia como en la escasez– es, sin duda, recordarnos a cada momento porqué tiene sentido lo que hacemos –ahorrar, hacer ejercicio, aumentar nuestras capacidades intelectuales…-. Es decir, hacer una llamada a nuestras motivaciones y objetivos, que son los que dan sentido a nuestras decisiones. La inversión no es solo cuestión de dinero, lo es de tiempo, de recursos… Estamos dispuestos a esperar, a esforzarnos, a cambio de un retorno.
Con unos objetivos bien planteados, con un horizonte temporal bien definido, conscientes de nuestros recursos y de nuestras restricciones –perfil de riesgo y necesidades de liquidez– y con disciplina en la inversión –evitando valoraciones elevadas, diversificando y ahorrando periódicamente– los excesos no tienen lugar y las contrariedades están previstas.
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