El cuento de la lechera emprendedora

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Es bien conocido que en España tenemos un grave problema para crear empresarios. La figura del empresario ha sido maltratada históricamente en los libros de texto de secundaria y en la cultura popular española.

Ayer, leía en la newsletter de Addkeen Consulting, consultora especializada en Responsabilidad Social Corporativa y Educación financiera, un interesante artículo sobre el cuento de la lechera.

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El cuento de la lechera emprendedora

Uno de los motivos por los que la mayoría de los mortales jamás abandonan la condición de dóciles asalariados es porque se han creído a pies juntillas el cuento de la lechera, con el que Esopo y sus secuaces se empeñaron en convencernos de que soñar y tener aspiraciones no conduce a ninguna parte. Así, desde la más tierna infancia, desistimos de planificar nuestro futuro personal, profesional y financiero.

La fábula nos pinta a la lechera como una despistada que, mientras elaboraba mentalmente su plan de empresa, rompió descuidadamente el cántaro y se quedó sin la materia prima. No incluyo enlaces a tan deprimente historia porque ya la hemos oído demasiadas veces y, si alguien no la conoce, siempre puede encontrarla en Google. Por suerte, en esta época en que está de moda actualizar los clásicos infantiles, algunas mentes bien informadas se han ocupado de elaborar nuevas versiones, bastante más constructivas, en las que la lechera, como cualquier otro emprendedor decidido, aprende que hay que poner más atención y sigue adelante con sus proyectos para alcanzar la independencia financiera.

Si bien es cierto que la lechera pudo cometer algunos errores, esperables dada su inexperiencia, ¿por qué la antipática fábula original termina con ella lamentándose desconsolada ante su cántaro roto?

De acuerdo, aceptemos que en un primer momento tuvo que sentarle fatal ver la leche derramada por el sendero. Démosle cinco minutos para patalear y dejarse llevar por la auto-compasión. Pasado ese tiempo, respira hondo y se dice a sí misma: «Bien, parece que mis planes se van a demorar un día. Desde luego, esto no me vuelve a ocurrir».

Al día siguiente, nuestra heroína había sustituido el cántaro roto por un contenedor cerrado e irrompible que, además, conservaba todas las propiedades nutricionales de la leche. Es cierto que tuvo que realizar un pequeño desembolso para adquirirlo, pero comprobó que su inversión había valido la pena en cuanto se corrió la voz de que su leche era la única que no tenía insectos flotando (inevitables cuando recorres el sendero con un cántaro abierto en la cabeza). Además, su moderno recipiente la diferenciaba con claridad del resto de las lecheras del mercado, que continuaban con sus pintorescos, pero anticuados, cántaros de loza.Y así fue cómo la imaginativa lechera puso la primera piedra de su emporio, aunque decidió abandonar el sector lácteo porque consideró que había poco margen en comerciar con materias primas. Para cuando sus competidoras se decidieron a sustituir los cántaros por contenedores como el suyo, ella ya había puesto en marcha una fábrica de recipientes completamente indestructibles, con diseños personalizables a gusto del cliente y mecanismo regulador de la temperatura.Quienes la visitaban en su magnífico despacho con vistas al mar podían ver, amorosamente expuestos en una urna, los restos del cántaro roto, con los que la próspera ex-lechera se recordaba a sí misma que cualquier tropiezo podía transformarse en una oportunidad.

La necesidad de educación financiera

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Hoy toda la prensa económica recoge el mensaje de la Organización de Economistas de la Educación (OEE):

Necesitamos educación financiera en la escuela ¡YA!

En la foto podemos ver (de izquierda a derecha) a Luis Caramés (Presidente de la OEE), Valentín Pich (Presidente del Consejo General de Colegios de Economistas y  María Cadaval (profesora de la Universidad de Santiago).

En Cinco Días, me gusta mucho la frase de Luis Caramés:

«Hemos llevado a los jóvenes a la idea de que el bienestar es irreversible. Y no es verdad».

Caramés y Pich reclamaron que se proporcione rango de asignatura básica a la economía en la escuela y recordaron la utilidad social de una buena formación financiera. «Si los ciudadanos hubiesen tenido una buena educación en esta ámbito habrían podido defenderse mejor durante esta crisis», coincidieron.

También coincido con la crítica a los libros de texto.

Keynes ya decía que la economía era sobre todo una técnica para pensar.

Las editoriales tradicionales se han dedicado a llenar de paja los libros de texto, de forma que, para seguir justificando altos precios (30-35 euros),  elaboran manuales de 300-400 hojas en la que el pensamiento económico fundamental se diluye.

Al final los alumnos no tienen claro los rudimentos de la ciencia económica ni son capaces de aplicarlos a su vida cotidiana.